Los
días pasaban lentos y la recuperación cada vez se hacía más pesada y tediosa. Durante ese tiempo, Hugo la llamó varias veces para verse.
Necesitaba hablar con ella, hacerle entrar en razón, algo a lo que Leyre se
negaba una y otra vez. Claro que le quería, no había dejado de hacerlo ni un fugaz
instante, pero no debía atarle a ella y mucho menos por obligación, aunque en
el fondo de su ser, sabía que él sentía lo mismo por ella. Se había
acostumbrado a los mensajes de buenos días y buenas noches que Hugo le
dedicaba. Lo primero que hacía al despertar cada mañana, además de pensar qué
estaría haciendo, era mirar rápidamente su móvil por si tenía alguna notificación,
algunas de sus palabras. La gran sonrisa que se dibujaba en su rostro cuando
era así la delataba. La misma rutina se repetía cada noche.
Sin embargo, ese día, estaba algo preocupada porque desde
hacía casi cuarenta y ocho horas, no tenía noticias de él y eso le extrañó.
Puso en evidencia el vacío que suponían en su pecho no encontrar el calor, la
ternura, el cariño y el amor que desprendían las palabras que escribía para
ella. Varias ideas, todas nefastas, invadieron su mente. ¿Y si había sufrido
algún percance? ¿Un accidente? ¿Y si había conocido a una chica? Alguna chica
con menos complicaciones en su vida que ella. ¿Y si había dejado de quererla?
No, eso no podía ser. Tendría que existir alguna explicación convincente.
Sabía
que como continuase así terminaría por volverse loca. Así que una vez más
decidió recurrir a su amiga Marta. Mantuvieron una larga conversación donde por
primera vez Leyre dejaba completamente al desnudo su corazón para confesarle a
su amiga que si no empezaba nada de nuevo con Hugo era por miedo, miedo a que
la viese enferma, miedo a hacerle pasar por un suplicio, miedo a que todo lo
bueno que él le ofrecía no fuese más que un espejismo. Tras una breve llamada
telefónica, Marta le insistió a su amiga para que se duchase y pusiese guapa.
Esa sería una noche en la que ambas desconectarían para olvidarse de todo.
Pasadas una dos horas, pasó a recoger a Leyre, quien lucía un sencillo vestido
negro con zapato plano, el pelo recogido en su sencillo moño bajo y los
labios pintados de rojo pasión.
—¿A dónde me llevas?— preguntó curiosa.
—A un restaurante nuevo
que está muy de moda en Madrid. Seguro que te va a encantar. —Le respondió Marta con algo de misterio.
Unos veinte minutos después llegaron a un restaurante que
parecía estar cerrado pero del que les abrieron las puertas al llegar.
—Leyre, sigue el camino
de velas para hallar el de la felicidad.—Fue lo único que le dijo su amiga
antes de darle un beso y marcharse...
Continuará...
Ains...que me dejáis en ascuas!!!
ResponderEliminarNo puede ser... una semana pa saber...me encanta el camino que lleva!