¡Hola soñadores!
Comenzamos la semana
con una entrevista a la autora Laura Sanz, en la que nos cuenta algunos
detalles de su nueva novela: La
irrelevancia de llamarse Poncho.
¿Queréis descubrir todo
lo que nos ha contado sobre la historia de Poncho y Estela? Seguid leyendo…
¡Hay fragmento de la misma y próximos proyectos!
1.
¿Cuándo diste el paso de escribir la
primera palabra?
Pues
en realidad hace bastante tiempo. Fue el verano pasado, incluso antes de
terminar Bronco. Solo que la he tenido metida en un cajón, esperando. Y creo
que este es el momento idóneo para publicarla.
2. ¿Experimentas un cambio de registro con
respecto a tus otras novelas? ¿Hay temor ante las expectativas?
Siempre hay temor, incluso aunque no
cambies de registro. Pero en este caso y embarcándome en la comedia, sí que había
más nervios. Era terreno desconocido para mí. Pero no puedo quejarme. Los
comentarios que he recibido hasta ahora son muy positivos, así que estoy feliz
como una perdiz.
3.
¿Qué vamos a encontrar en "La irrelevancia de llamarse Poncho"?
Es una comedia romántica llena de situaciones
curiosas. Normalmente, en mis otras novelas, me enfoco mucho en la narrativa y
en las descripciones. En esta, he cambiado totalmente y me he centrado en los
diálogos. Las conversaciones entre los protagonistas son chispeantes y están
llenas de dobles sentidos y provocaciones. Me lo he pasado genial escribiendo su
historia. Ah, y hay cero dramas.
4.
¿Cómo son Poncho y Estela, sus protagonistas? ¿Vamos a conocer la otra cara de
ambos?
Está mal que lo diga yo que no soy nada
objetiva, pero son dos personajes muy carismáticos y geniales, con sus defectos
y sus virtudes. Y muy sinceros. Uno de los puntos fuertes entre ellos es la
franqueza con la que se hablan. Creo que se complementan a la perfección. Son
una pareja bastante peculiar con mucha química. A pesar de ser muy diferentes, son
bastante parecidos. Tienen un humor similar y les encanta jugar al coqueteo.
5.
¿Sabremos más de esos hermanos que nos conquistaron hace un tiempo?
Claro. Tienen una aparición estelar al
final. Destaco principalmente la actuación de Tana. Que no se nos olvide que
era la mejor amiga de Poncho, así que en su historia tenía que estar muy
presente. Y, por supuesto, Cas sigue igual de encantador que siempre ;)
6.
¿Qué emociones esperas despertar en quien te lea?
Mi pretensión con esta novela es crear buen
rollo y hacer sonreír. Creo que es una historia que se lee fácil, muy
entretenida, ligera y que deja un buen sabor de boca. Quiero que el lector,
cuando cierre el libro, diga: Qué buen rato he pasado.
7.
¿Puedes deleitarnos con un fragmento de la historia? (Si es posible, uno de tus
favoritos)
Pues os dejo el inicio del capítulo 7,
comienza así:
“No había podido conseguir su
teléfono, pero sí su dirección.
Después
de pasar unos días dándole vueltas a si verdaderamente quería volver a verla,
decidió que sí. Lo haría. Por dos motivos. El primero porque lo había pasado
bien con ella en la fiesta y sentía curiosidad. El segundo, porque siendo
julio, la mayoría de sus amigos estaban de vacaciones fuera de Madrid y se
aburría sin salir de casa. Así que se puso manos a la obra. Recordó que uno de
los empleados de su compañía era primo de Juan Carlos, el marido de la hermana
de Estela. Contactó con él y le pidió el número de Elena. Si esta se sorprendió
al recibir su llamada, no lo demostró. Por increíble que pareciera no conocía
el nuevo número de teléfono de su hermana. Solo sabía que compartía piso con
una amiga. Prometió conseguirle la dirección y volver a llamarle.
El
día anterior lo había hecho.
Y
allí estaba Poncho, un viernes de finales de julio a las siete de la tarde, en
una céntrica calle de Madrid muy cercana a Chueca. De puro milagro había
conseguido aparcar el coche en la calle de al lado. Una proeza, teniendo en
cuenta el día, la hora y el barrio.
El
edificio donde vivía Estela debía de tener más de cien años. Era de esos que, a
pesar de tener cinco plantas, carecían de ascensor y necesitaban una reforma
urgente, aunque la fachada estaba recién pintada y no mostraba ni un solo
desconchón. La puerta estaba abierta de par en par, así que accedió al
interior. El portal era algo angosto y oscuro, pero olía a lejía y
desinfectante, dando fe de que estaba bien cuidado y limpio. Dio la luz y una
lámpara con forma de farol pasado de moda iluminó la desgastada escalera de
madera. La subió, agarrándose a la barandilla. Las suelas de cuero de sus
elegantes zapatos no proporcionaban mucho agarre en ese tipo de superficie.
Se
detuvo en el tercer piso. Allí, en ese corredor, la iluminación era mejor que
la del portal gracias a las dos ventanas de cristal esmerilado que daban al
patio interior. Se plantó delante de la puerta número dos. Era de madera oscura
y tenía una de esas enormes mirillas antiguas de bronce. No había timbre por
ningún sitio.
Llamó
con los nudillos y esperó. No hubo reacción. Quizá no había nadie en casa.
Volvió a golpearla con algo más de fuerza. Esa vez escuchó una voz ahogada que
gritaba desde dentro que la puerta estaba abierta.
Poncho
frunció el ceño. Era bastante irresponsable dejar la puerta de la casa sin
cerrar. No se podía decir que aquel fuera un barrio muy seguro.
Agarró
el tirador y lo giró. En efecto, la gruesa hoja de madera se abrió silenciosa;
la empujó y entró en el piso. Un salón de escasas dimensiones le recibió. Ni
pasillo ni vestíbulo ni nada. El salón directamente. Y la cocina y el
dormitorio. Porque era un apartamento diminuto del tamaño de una caja de
cerillas y todo se encontraba en la misma habitación.
Había
un sofá a la izquierda y, a su lado, una mesa y una silla con un portátil
encima. A la derecha, pegada a una pared que no le llegaba ni a la cintura,
había una televisión sobre un mueble bajo. Detrás de ese simulacro de pared
estaba la cocina, chiquitita y recogida, de apenas un metro cuadrado. Al fondo,
junto a una estrecha puerta azul, tras unas cortinas de cuentas blancas y
negras, se veía una cama.
Y
ya. Eso era todo.
Poncho
no necesitó más de tres segundos en recorrerlo con la mirada. Era probable que
no midiese más de treinta y cinco metros cuadrados y eso siendo generoso. El
piso entero cabría en su propio dormitorio.
La
persona que le había gritado que la puerta estaba abierta debía de encontrarse
en el baño, que no podía ser otro que el que ocultaba la hoja de madera azul.
Se
quedó de pie en medio de la habitación, indeciso. Se sentía fuera de lugar en
un espacio tan reducido. De repente, no supo muy bien qué hacía allí. Le
pareció un error haberse presentado sin avisar. ¿Y si la ocupante del baño no
era Estela, sino su compañera de piso? Podía imaginar que no se pondría muy
contenta si, cuando saliera, se encontrase a un desconocido en su casa.
Iba
a darse media vuelta y marcharse cuando la puerta del baño se abrió con energía
y una imagen que Poncho no olvidaría jamás apareció ante sus ojos.
Era
Estela.
Una
Estela que solo llevaba ropa interior y no de las más sexis: bragas y sujetador
blancos de algodón, muy simples. Sus piernas estaban cubiertas de una crema
blanca, de los tobillos a los muslos y llevaba los brazos en alto, mostrando
que sus axilas también estaban untadas de la misma crema.
Transcurrieron
dos, tres, cuatro segundos. Ambos se habían quedado petrificados.
Extrañamente,
la primera en reaccionar fue ella.
—No
tengo tiempo para entrar en shock por que me hayas visto con estas pintas.
Tengo una entrevista de trabajo en quince minutos y todavía no me he duchado
—dijo. Y lo hizo con un aplomo increíble—. Creí que eras la vecina que venía a
prestarme una falda. Por favor, cuando llame a la puerta, cógesela y
plánchamela. Tienes la tabla y la plancha en la cocina en el armario que hay a
la derecha. ¿Sabes planchar?
Poncho
pestañeó dos veces.
—¿Sabes
planchar? —preguntó ella con una mueca impaciente—. De verdad que no tengo
tiempo.
—Sí,
sé planchar —consiguió responder al fin. Su mirada abandonó el cuerpo de ella y
se posó sobre su rostro que, por primera vez, veía sin maquillaje. Le llamaron
la atención sus ojos, muy rasgados, y su boca, con el labio inferior algo más
generoso que el superior.
—Perfecto
—dijo ella. Seguía con los brazos en alto en una postura ridícula—. ¿Nunca habías
visto a una mujer usando crema depilatoria?
—Pensé
que todas usabais la cera o la depilación láser —repuso.
A
pesar de que poco a poco se iba recuperando de la sorpresa que le había dejado
noqueado, seguía contemplándola algo anonadado. Ella parecía no tener vergüenza
alguna. No había intentado huir ni ocultarse. Tenía un buen cuerpo, delgado
pero con curvas. Un tatuaje comenzaba en su vientre y desaparecía dentro de sus
bragas.
—¿Qué
te llama la atención, mis bragas anti eróticas o mi tatuaje? —le preguntó con
voz provocadora.
—Ambas
cosas —respondió con sinceridad y descaro. Si ella intentaba descolocarle con
ese tipo de comentarios no iba a conseguirlo.
—Ya
han pasado cinco minutos. Tengo que quitarme la crema esta —dijo ella,
echándole un vistazo a su reloj de pulsera—. Luego seguimos hablando de mis
bragas.
Y
desapareció dentro del baño, cerrando la puerta.
Poncho
meneó la cabeza con incredulidad. Desde que se había tropezado con ella por
primera vez las situaciones inverosímiles y extrañas se sucedían. Dejó escapar
una suave risa mientras se llevaba la mano a la frente. Admitía que disfrutaba
con esos momentos. Eran diferentes…”.
8.
¿Deseas contarnos algo más?
Como siempre quiero daros las gracias por
contar siempre conmigo. Es un placer ♥ Y gracias también a todos esos lectores
que me siguen y que me apoyan. Sin ellos, nada de esto sería posible.
Para mi próxima novela vuelvo a cambiar de
registro y me embarco en el #western de nuevo para contar la historia del
hermano de Bronco, Rico. Es un personaje que también se merece su propia
novela, así que en ello estoy ;) Espero poder publicarla antes
de que acabe este año.
Tampoco descarto volver a escribir comedia
romántica. La experiencia ha sido muy gratificante y los resultados están
siendo muy positivos.
Un beso enorme ♥
¿Qué tal soñadores? ¿Os
ha gustado? Mil gracias a ti por estar siempre ahí, Laura.
Podéis adquirir la
novela aquí.
Está a la venta tanto en digital como en papel.
¡Besos de colores! ¡Sed
felices!