¡Hola
soñadores! La autora Cristina Prada se ha sumado en esta ocasión a nuestra
nueva sección del blog para contarnos algunos detalles de su nueva novela y a
dejarnos un pequeño fragmento inédito de la misma. ¿Os lo vais a perder? ¡No os
arrepentiréis!
1. ¿Cómo
surge Una caja de discos viejos y unas
gafas de sol de 1964. Todo lo que perdí?
Lo
primero que surge es Sergio. Las ganas de escribir un personaje como él, de
hablar de su vida, de sus amoríos jajaja. Me gustaba la idea de ambientar una
novela en España, para poder usar expresiones de aquí, chistes de aquí, por
ejemplo, no puedes poner a un neoyorkino haciendo comentarios de folclóricas
porque no sería creíble, jajaja.
2. Por
primera vez en tus historias nos quedamos en Madrid y no viajamos a la ciudad
de los rascacielos. ¿Por qué ese cambio? ¿Cómo ha sido la experiencia?
Es
un poco lo que contaba en la primera pregunta. Nueva York siempre va a ser mi
hogar literario, siempre voy a volver allí. Nunca dejaría de escribir sobre ella,
pero, como decía, me apetecía venirme a España. Madrid es una ciudad increíble.
Es cosmopolita, vibrante, sofisticada. Además, cuenta con el punto extra de La
Movida, que, en este libro, aunque esté ambientado en el 2016-2017, tiene mucho
valor. Ése fue otro motivo por el que «mudarme» a Madrid. La música en las
historias es muy importante para mí y tenía muchas ganas de usar canciones de
los ochenta: Antonio Vega, Nacha Pop, Radio Futura, Mecano…
3. ¿Qué
vamos a encontrar en esta nueva novela?
Vamos
a encontrar mucho amor y mucho deseo. Sergio y Cande se quieren con esa locura
y esa pasión que te hace suspirar. También vamos a encontrar una historia sobre
miedos, sobre cariños que deberían estar y no están, sobre la amistad, sobre
equivocarse (y mucho).
4. Cande
y Sergio son sus protagonistas, ¿podrías describirlos en tres palabras?
Uff
que difícil. Cande es el amor así con todas sus letras, es valiente y nunca deja
de creer en las personas y en el mundo en general. Quizás eso pueda parecer que
la convierte en alguien un poco inocente, pero es todo lo contrario. Su fe
inquebrantable en el amor le da una fuerza infinita.
Sergio
es un macarra de vuelta de todo, es desdeñoso, y es muy seguro de si mismo,
aunque probablemente lo que mejor le define es que él no cree en el amor, cree
en el sexo.
5. ¿Esta
pareja nos hará sufrir?
¡Sergio
nos hará sufrir! Jajaja. Yo creo que vamos a identificarnos mucho con Cande,
porque es como cualquiera de nosotras y, sobre todo, siente como cualquiera de
nosotras. En un momento del libro dice «Sergio es mi debilidad», ¿quién no ha
tenido una alguna vez? ¿Y quién no ha sufrido por ella?
6. ¿En
quiénes te inspiraste para crearlos? ¿Te ha costado mucho darles vida?
No,
la verdad es que fueron dos personajes que tenía muy claros desde el principio.
Tuve que aparcar la historia porque tenía otras pendientes, pero siempre me
rondaba la idea de ponerme con ella. Por eso, cuando al fin lo pude hacer, la
cogí con muchas ganas.
7. ¿Esta
obra tiene algo de diferente a las anteriores? ¿Qué crees que la hace especial?
Creo
que es muy fresca. Me he divertido mucho escribiéndola y es porque, incluso los
momentos tristes, esconden algún comentario que te saca una sonrisa. Y lo más
importante es que, aunque sea muy de mi estilo, también es diferente. Creo que
conecta más con el lector. Por lo menos ésa ha sido mi
intención, jajaja.
8. La
historia sale a la venta el día 1 de agosto, ¿puedes deleitarnos con algún
fragmento?
¡Por supuesto!
La jefa de mi jefe se fue y me quedé a solas con él. Estaba
más nerviosa de lo que me gustaría admitir. Seguí cerrando y apilando dosieres
bajo su atenta mirada. Estábamos separados por la inmensa mesa de madera.
Ninguno de los dos habló y el ruido en los pasillos inundó la habitación. Ya
eran casi las siete y todos se estaban marchando a casa. Apenas un par de
minutos después, el ambiente se había silenciado por completo. Era más que
probable que ya no estuviésemos solos únicamente en esa estancia.
Sergio se metió las manos en los bolsillos. Sacó un paquete
de Marlboro, de él un cigarrillo y se lo llevó a los labios ocultándolo con su
propia mano. Me quedé hipnotizada por el movimiento y, cuando hizo restallar su
Zippo para encenderlo, el pequeño chasquido tuvo un sexy eco entre mis piernas,
sobresaltándome. Sergio sonrió mientras se encendió el pitillo y algo me dijo
que tenía cristalinamente claro cómo me hacía sentir.
—No puedes fumar aquí —le reproché sólo para demostrarle a
él, y a mí, que no me tenía en la palma de la mano.
—Las buenas chicas sois muy aburridas.
Otra vez ese toque de resignación en su voz, como cuando
estuvimos en la terraza de la escalera de emergencias.
—Eso ha sonado resignado.
Sé que no era asunto mío, pero algo que ni siquiera entendía
siempre me impulsaba a luchar por intentar conocerlo mejor, como si la imagen
que Sergio proyectaba de sí mismo y cómo era en realidad no casasen al ciento
por ciento.
—La vida es como es. Tratar de cambiar es una pérdida de
tiempo.
Y en contra de todo pronóstico, aquello no tuvo ni una pizca
de conformismo, era todo lo contrario, una latente rebeldía, y sonó rematadamente
sexy. Dejó claro que Sergio Herranz estaba de vuelta de todo, sin sueños, sin
aspiraciones. Era como si volviese a llevar esas gafas de 1964 puestas, con las
que parecía mandar el mensaje de que el mundo, hecho a su medida, le sobraba.
—¿No te gusta tu vida? —inquirí armándome de valor. Estaba
ávida por saber.
—Lo que más me gusta de mi vida es que no le tengo que dar
cuentas a nadie. No quiero nada especial, ni nada extraordinario, sólo follar
con una chica que me vuelva loco mientras escucho música de Antonio Vega el
resto de mis días. Eso de un trabajo mejor, un coche más potente, más dinero,
niños... es una pérdida de tiempo. Hago lo que quiero y cuando quiero, y no hay
más.
—Es una respuesta un poco nihilista —repliqué encogiéndome
de hombros.
Sergio sonrió.
—Eres capaz de aprender palabras muy complicadas.
Fruncí los labios. Se estaba riendo de mí.
—Y tú, de reducir mucho las cosas.
Sergio se levantó despacio, como si me invitara a seguir el
movimiento. Le dio una calada a su cigarrillo y empezó caminar con esa misma
lentitud, rodeando la kilométrica mesa.
—Follar y vivir —sentenció a modo de explicación. Tuve la sensación
de que esa frase terminaba con un «todo lo demás, sobra».
—¿No incluyes a otras personas? —En ese instante tuve la
sensación de que en realidad lo que hubiese querido preguntar era «¿no me
incluyes a mí?».
—¿Y el amor? —se burló. Estaba claro que había sabido leer
entre líneas mi súplica silenciosa. Sergio era más listo de lo que me convenía.
A decir verdad, creo que no había ningún sentido en el que me conviniese—. La
vida no es como en los libros, Candelita.
Otra vez me estaba tratando como a una cría.
—Tampoco está tan vacía como tú la describes —respondí con
una aplastante seguridad.
—Mi vida no está vacía —replicó sin dejar de avanzar—, pero
sólo la lleno con lo que yo quiero. Y nada de lo que quiero tiene que ver con
un trabajo de mierda en una torre llena de una veintena de oficinas como ésta.
—Se detuvo y se apoyó hasta casi sentarse en la mesa, justo frente a mí—. Eres
como esas personas que se quejaban de que la cultura de los ochenta estaba
vacía porque sólo buscaba la belleza. Nada de mensajes contra Gobiernos
represores o intentar salvar el mundo. La menospreciaban, pero en realidad no
tenía nada de malo. —Sergio se incorporó y cruzó el único paso que nos
separaba—. Buscaban gustar y sentir, nada más, como tú ahora.
Bajó la voz y un susurro ronco y masculino se apoderó de sus
labios. Su olor me mareó, como te marean las cosas que te gustan demasiado.
—Yo no busco nada de eso —contesté. No podía mostrarle tan cristalinamente
lo colada que estaba por él
Volvió a sonreír de esa manera tan sexy, tan impertinente,
tan macarra.
—¿No? —preguntó, dejando que todo lo que sentía por él
jugase en mi contra.
—No.
Asintió despacio, sin dejar de mirarme. Se humedeció el
labio inferior y, con esa misma lentitud, se inclinó sobre mí.
—Una lástima —susurró muy muy cerca de mis labios.
Quería mover la cabeza ese mísero centímetro que nos
separaba y besarlo. Lo deseaba más que nada.
—Sigo pensando que no deberías fumar aquí —balbuceé,
conteniéndome, buscando con desesperación un cambio de tema—. Vas a hacer
saltar el detector de incendios.
Él había puesto las normas en esa especie de juego y yo no
podía enseñar la bandera blanca y pedir clemencia. Eso hubiese sido como
demostrarle que era la cría que él había dado por hecho que era. Me moría de
ganas de que me besara, sí. Iba a demostrarle que era una adulta que podía
estar a su nivel, sí, también. Y como uno más uno son dos, me tocaba aguantar,
maniatar a mi libido y esperar a que él fuera el primero en decir «necesito
besarte, tocarte y hundirme en ti hasta que invirtamos la polarización de la
tierra». Un poco dramático, pero muy explicativo.
Sergio alzó la cabeza y su mirada impertinente se encontró
con la pequeña alarma blanca y redonda del techo.
—Y no queremos eso, ¿verdad? —dijo mirándome de nuevo,
atrapándome en esos ojos azules fabricados de pura fantasía erótica.
—No... no —balbuceé al tiempo que él negaba con la cabeza
sexy, muy sexy.
Sin decir una palabra más y con la mirada aún sobre mí, dio
un paso atrás. Con otro lleno de agilidad, se subió a la mesa. Mi sentido común
se negaba a asumir lo que pensaba hacer. Le dio una calada al cigarro, levantó
la cabeza estirando su perfecto cuello y firmó su mirada más macarra antes de,
lleno de alevosía y arrogancia, contemplar el detector y dedicarle todo el humo
de la calada a escasos centímetros.
La alarma lanzó un estruendoso pitido y en menos de una
décima de segundo comenzó a soltar agua a raudales. Emití un gritito a mitad de
camino entre la incredulidad y la sorpresa.
—Las carpetas —gemí.
Corrí hacia ellas y las apilé veloz. Las dejé en la silla y
encajé el asiento bajo la mesa, protegiendo los documentos del agua. Apenas
tardé unos segundos, pero ya estaba completamente empapada. Tomé aire sin saber
qué otra cosa hacer con las medidas del sistema antiincendios calándome hasta
los huesos. Sergio lanzó el pitillo al suelo con los ojos clavados en mí y esa
misma insolente sonrisa. Se bajó de un salto y cruzó la distancia que nos
separaba repleto de seguridad, echándose el pelo húmedo hacia atrás con la
mano. Las cosas siempre salían como quería, siempre.
—¿Por qué lo has hecho? —prácticamente grité, conmocionada,
para hacerme oír por encima del estruendoso sonido del agua.
—La culpa es tuya —contestó sin un mísero remordimiento,
otra vez demasiado cerca—. Te dije que no te pusieras ese perfume. Me vuelve
loco y me da por hacer tonterías.
Sergio me observó de arriba abajo. El pelo mojado me
enmarcaba la cara y las gotas de agua me salpicaban los labios. El vestido se
pegó a mi piel y el frío señaló mis pezones bajo él.
—De lo que nunca tienes bastante es lo que te mueve por
dentro —susurró—. El amor es sólo un invento para ponerle nombre a las ganas de
tocar a una persona hasta morirte.
Sentí cómo sus palabras me calentaban una a una, cómo
fabricaban un hilo desde el centro de mi cuerpo y tiraba de él, contra el suyo.
Sergio alzó la cabeza una vez más y dejó que el agua lo
mojara por completo, empapándolo, disfrutándolo. Yo centré la mirada en su pelo
indomable, en sus ojos cerrados, en su cuello, y bajé por su traje, que, como
mi vestido, se pegaba a su piel. Nunca vi tan claro que había dos Sergio y, el
que de verdad era, era ese macarra que iba a antros, odiaba llevar traje y
hacía saltar alarmas de incendios justo después de contarte su visión de la
vida. Era imposible no colarse por ese Sergio.
Volvió a mirarme, volvió a sonreír y, sin más, salió de la
sala de reuniones. Yo me quedé allí, en mitad de la lluvia artificial, tratando
de controlar lo de prisa que me latía el corazón. El agua paró de golpe y miré
a mi alrededor como si me hubiesen sacado de un sueño.
Todo con él era increíblemente intenso.
9. Esta
novela no será libro único, ya que habrá una segunda parte titulada Una caja de discos viejos y unas gafas de
sol de 1964. Todo lo que encontré. ¿Tardaremos mucho en leerla?
No,
no habrá que esperar mucho. Saldrán muy, muy seguidas.
¿Qué tal? ¿Os ha gustado? ¿Tenéis ganas de descubrir qué esconde
y qué nos deparará la relación entre Sergio y Cande? (¿Os contamos un secreto?
A nosotras nos está encantando ;)). ¡Ya sabéis! A partir de mañana, encontrareis
esta historia en todas las plataformas digitales.
Que buena pinta y que ganas!!!
ResponderEliminarYa la he leido y me ha encantado!!! Deseando que salga el segundo libro!!!!
ResponderEliminarYa estoy termiándola y creo que es la mas adictiva que he leído de Cristina y las he leído todas se supera cada vez más soy fan incondicional
ResponderEliminarComo siempre me sucede con las novelas de esta escritora, no he podido parar de leerla hasta que la he terminado. Una historia increíble! Hace muchísimo tiempo que un escritor no me hacía sentir la historia como si yo fuera la protagonista, y esta chica lo ha conseguido en todas sus novelas. Hace que te metas en la historia de una manera tan real, que comienzas a tener los mismos sentimientos que los protagonistas. Una pasada!! Deseando que salga la segunda novela. Ojalá no tengamos que esperar mucho!!!
ResponderEliminarLa segunda ya por fávor
ResponderEliminarLa acabo de terminar,me ha encantado. Con muchas ganas de leer la segunda parte.¿ cuándo sale ?
ResponderEliminarAún no sabemos la fecha exacta. Esperamos que se publique pronto ;)
EliminarHola. La acabo de leer y me encanto. Que bueno que hay una segunda parte. Porque el final no me dejo un buen sabor de boca. La esperare con ansias. Felicidades
ResponderEliminarMe ha encantado pero necesito leer ya la segunda parte!! Voy a volverme locaaaa ������
ResponderEliminarLa acabo de terminar de leer y me subo por las paredes jajajaja espero impaciente la segunda parte.
ResponderEliminarAcabo de terminar de leerlo y me encantó, pero estoy que me subo por las paredes jajajaja, esperando que salga el segundo.
ResponderEliminarAcabo de terminar de leerla y casi muero del susto. Al rato he pensado esta historia no puede terminar así. ....De ninguna manera. Así que aquí me tenéis buscando una respuesta y que alivio...sabía que Cristina no me podía fallar.
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