¡Hola soñadores!
Dentro de unos días, concretamente el 10 de febrero, sale
a la venta “La culpa de Till” en Amazon. Su autora, Laura Sanz, ha querido
contarnos cómo ha vivido el proceso de escritura y qué ha supuesto para ella
poner el punto y final a esta maravillosa serie de los hermanos Landvik.
Además, nos ha brindado el primer capítulo en exclusiva de esta historia tan
deseada. ¿A qué esperáis para adentraros en el mundo de Till?
1. Tras
haber esbozado un atisbo de los problemas y la personalidad de Till en las dos
entregas anteriores de la serie de los hermanos Landvik, ¿qué nos vamos a
encontrar en esta nueva novela, Laura?
Nos
vamos a encontrar a un Till más maduro. Han pasado siete años desde la primera
novela y su vida ha cambiado mucho. Él
ha cambiado mucho. Durante los años que ha permanecido apartado de su familia
ha vivido muchas cosas y podría decirse que ha aprendido también muchas otras.
Pocos vestigios quedan del Till de veintitrés años que vimos en La historia de
Cas.
2. ¿Till
admitirá su culpa e intentará redimirse?
Eso
es hacer spoiler, ¿no? Lo cierto es que sí. He intentado no forzar las
situaciones y que todo fuera natural, espontáneo y creíble. Ya en los primeros
capítulos se va a ver cómo es su comportamiento y lo que siente. Y cómo
reacciona su familia.
3. Define
a los protagonistas de la novela con tan solo tres palabras.
Absolutamente
imposible (bueno, eso son dos, jajaja). No puedo hablar de la protagonista de
ningún modo. Me encanta mantener el misterio de las chicas de mis libros hasta
el final y no desvelar ni el nombre, así que no puedo decir nada de ella. Mis
labios están sellados. Pero sí que puedo hablar sobre Till. Él es genial, de
veras. Es un Landvik y todos ellos son auténticos y maravillosos, así que por
genética a Till no le quedaba más remedio que ser fantástico también ;) Creo
que tiene el perdón asegurado de todos los lectores.
4. ¿Cómo
evolucionará su relación?
La
relación entre ambos comienza de forma más bien casual, como algo físico, nada
más. Pronto se convierte en algo más profundo y es entonces cuando surgen las complicaciones.
Y es aquí, ante los grandes problemas, cuando los “héroes” de verdad demuestran
que lo son. Vamos a descubrir a un Till que no nos esperamos, más comprometido,
más dispuesto a jugársela por todo y que se va a crecer ante las dificultades.
Y va a darle una lección a la protagonista, que en todo momento ha aparentado
ser la “estupenda” (no puedo seguir contando nada más porque desvelaría
demasiado).
5. Suponemos
que volveremos a saber más de Cas y Jan, ¿no? ¿Cuánto tiempo ha transcurrido
desde el final de La lucha de Jan?
Volvemos
a verlos a ambos. Por supuesto. Desde el final de La lucha de Jan han
transcurrido unos seis años. Aunque si se tiene en cuenta el epílogo de Jan,
solo cuatro y medio. No han cambiado en absoluto, ninguno de los dos. Cas sigue
siendo el mismo tipo jovial que se “come la cámara” cuando aparece en escena, y
Jan, sobrio, contenido y emocionalmente fuerte y sólido como una roca.
6. ¿Tus
lectores tienen altas expectativas con respecto a esta historia? ¿Crees que las
has cumplido?
Espero
que sí, pero eso nunca se sabe. Solo sé que he puesto alma, corazón y vida en ella.
Al principio no me resultó fácil porque Till era un personaje complicado. Se
portó muy mal con su familia y los lectores no le tenían en gran estima (yo
tampoco). Conseguir que volviera a caer bien ha sido un trabajo arduo, pero he
de reconocer que a mí me ha ganado. Tengo un hashtag por ahí que es muy
significativo y que lo dice todo: #haciéndolesombraaCas.
7. ¿Nos
puedes deleitar con algún fragmento inédito de La culpa de Till?
Voy
a hacer algo mejor todavía. Os voy a deleitar con el primer capítulo entero.
Capítulo 1
Todavía era de
noche cuando llegaron al puerto de Grunnfarnes. El trayecto hasta allí desde
Finnsnes, el pueblecito pesquero donde vivían, les había llevado hora y media
por una carretera helada y llena de curvas. No amanecería hasta pasadas un par
de horas. Estaba nevando y la temperatura había descendido hasta los diez
grados bajo cero, pero un viento gélido arreciaba con fuerza, por lo que la
sensación térmica sería de unos menos diecisiete. Dejaron la furgoneta aparcada
a solo unos metros de donde el Ebba
se hallaba amarrado al muelle, y se dispusieron a comenzar su día de faena.
Como todas las
madrugadas, Till baldeó la cubierta y su tío Gunnar organizó los cajones de
almacenaje en la bodega. Una vez listos, soltaron amarras y pusieron rumbo al
norte. Gunnar tomó asiento en la pequeña cabina de la embarcación sin perder de
vista el GPS, y Till bajó al saloncito de proa a preparar café en el hornillo.
Se agradecía tener algo caliente en el estómago. Al cabo de unos minutos, ambos
tomaban el brebaje negro y fuerte sin azúcar, en silencio, mientras el barquito
se bamboleaba a causa del desapacible oleaje. Su destino, un banco de skrei, estaba a unas ocho millas
náuticas de distancia. Tardarían algo más de una hora en llegar hasta allí.
Till se llevó la
humeante taza de café a los labios y miró a su tío de reojo. Era el hermano
pequeño de su madre, aun así y debido a como se ganaba la vida, aparentaba
muchos más años de los sesenta que tenía. Su rostro estaba agrietado y curtido
por las inclemencias del tiempo y sus ojos azules habían perdido ya el brillo
de la juventud. A pesar de todo eso, se notaba que amaba su trabajo. Durante
unos años había tenido una tienda de ultramarinos, pero la cerró para volver al
mar, a su casa, como siempre decía.
Se encontraba más a gusto en un zozobrante barco que en tierra firme.
Sus manos
manejaban el timón con firmeza, y Till las contempló con detenimiento durante
unos segundos. Eran fuertes y estaban llenas de callos y de antiguos cortes.
Bajó la mirada y estudió las suyas, que también estaban encallecidas; la
derecha mostraba una larga y profunda cicatriz en el dorso, recuerdo de su
primer intento de manejar el afilado machete, cosa que ahora hacía con gran
pericia.
Llevaba ya tres
temporadas trabajando en la pesca del bacalao skrei y había decidido que esa iba a ser la última. Estaban a
finales de abril y la temporada estaba a punto de finalizar. Una semana más y
el Ebba no volvería a salir hasta
septiembre, cuando llegase la época del fletán. Pero entonces él ya no estaría
allí. Después de tantos años ausente, había decidido volver a la civilización.
A largo plazo, la dura vida de los pescadores del norte de Noruega no era para
él. Esa etapa había acabado. Su tío ya lo sabía. Lo habían discutido hacía
semanas, y en breve, Elías, un chaval del pueblo, ocuparía su lugar. No había
resultado fácil encontrar a alguien que quisiese hacerlo; la gente joven ya no
quería dedicarse a la pesca del skrei.
Cuando Till se
presentó en casa de su tío Gunnar, hacía ya tres inviernos, este le había
recibido como si se tratase del hijo pródigo. Su socio, Trond, acababa de
jubilarse, y andaba buscando a alguien que le ayudase en su barco. Así que
aprovechó que su sobrino venía huyendo del mundo y, sin hacer demasiadas
preguntas, le convirtió en su ayudante.
Esa primera
temporada Till descubrió lo que era trabajar duro de verdad. Se levantaban a
las tres y media de la mañana y comenzaban a faenar a las cinco, en plena
noche. Pasaban la mañana pescando bacalao con redes, luego lo degollaban y
almacenaban en las bodegas hasta que a mediodía regresaban al puerto y lo
entregaban en la planta procesadora. Un día sí y otro también, durante cuatro
meses, hasta que acababa la temporada. El resto del año se dedicaban a la pesca
del abadejo y del fletán, pero lo verdaderamente duro tenía lugar entre enero y
abril.
Después de haber
dejado la carrera, se había sentido perdido y liberado al mismo tiempo. Había
llegado a Noruega sin saber muy bien qué hacer con su vida, pero siendo
consciente de que tenía que alejarse de todo. Esos años trabajando junto a su
tío habían sido lo que había necesitado. Se había encontrado a sí mismo o al
menos encontró algo de paz.
—¿Dónde vas a ir?
—La ronca voz de su tío le sacó de sus cavilaciones. Era parco en palabras y no
solía hablar mucho, pero cuando lo hacía iba directo al grano.
—He contactado
con una amiga que tiene un proyecto de negocio —repuso.
Gunnar no dijo
nada. Sin apartar la mirada del mar, esperó pacientemente a que Till siguiese
hablando.
—Quiere montar
una escuela de surf en Baja y ha pensado en mí como instructor.
—¿Baja? —gruñó el
otro.
—En México, en
Baja California.
Por espacio de
unos minutos ninguno dijo nada. El silencio solo se veía interrumpido por el
ruido del motor de gasoil y el golpeteo de las olas contra el casco de hierro
del barco. El viento parecía haber amainado.
—México… allí
hará calor… —comentó Gunnar.
Till no contestó.
Tampoco creía que su tío esperase una respuesta. Cogió ambas tazas, ya vacías,
y se dirigió al pequeño fregadero a enjuagarlas. Después las guardó en la
alacena debajo de la pila. Regresó y se situó al lado del timón. La claridad
del amanecer comenzaba a mostrarse a su derecha. En poco tiempo sería de día.
—Esa chica…, ¿la
conoces bien?
Por un momento
Till no supo a qué chica se refería, pero rápidamente cayó en la cuenta.
—Ni bien ni mal.
Fuimos juntos al instituto y luego hemos mantenido el contacto a través de las
redes sociales.
Gunnar resopló.
Till trató de
ocultar una sonrisa. Su tío despreciaba todo lo que tuviese que ver con
ordenadores.
Se reclinó contra
la consola y con la mirada perdida en el todavía oscuro horizonte, pensó en
Amaya y en que hacía más de siete años que no la veía. Habían sido buenos
amigos entonces. Ella tenía familia en Alemania y eso los había acercado. Pero
las cosas se habían enfriado cuando él comenzó a relacionarse con quién no
debía. Aun así, como le había dicho a su tío, desde que se había marchado de
España, hablaban regularmente a través de Facebook y Twitter. No había semana
que no lo hicieran. Y lo de asociarse había surgido de manera casual. Ella le
había mencionado sus planes de hacerse cargo de una pequeña escuela de surf en
Baja, propiedad de unos amigos que deseaban retirarse. Cuando Till, bromeando,
le había dicho que podía contar con él en cualquier momento, que —a pesar de
estar algo desentrenado— su título de monitor de surf seguía vigente, le había
tomado la palabra.
Sonrió para sus
adentros. Al principio no lo había considerado en serio, pero a medida que iban
hablando más sobre el tema, había comenzado a ilusionarse. ¿Por qué no?, se preguntó.
Tenía dinero ahorrado. La pesca del skrei
reportaba unos buenos ingresos y hasta el momento no había encontrado en qué
gastarlos. Así que habían llegado al acuerdo de ir a partes iguales en el
negocio.
En un par de
meses cambiaría las gélidas aguas del mar de Noruega por otras más cálidas del
océano Pacífico.
Estaba
impaciente.
Gunnar le hizo un
gesto silencioso. Habían llegado a su destino. Till fue a buscar los trajes de
aguas y su tío puso el motor en punto muerto y dejó la nave al pairo, cosa nada
fácil debido a las corrientes de la zona. Se enfundaron los trajes y soltaron
las redes en el primer lance de la jornada.
El arduo proceso
de todas las mañanas comenzaba.
El ruido del
renqueante motor del molinete mientras subía la red y los bacalaos enganchados
en ella de uno en uno se imponía sobre el de las olas que rompían contra el
casco. Algunos medían más de un metro y llegaban a pesar más de quince kilos.
Till y Gunnar los liberaban de las redes, los degollaban con precisión y
rapidez y los arrojaban a la pila llena de agua salada. Al cabo de un rato, el
agua se había teñido de un color rojo oscuro y el fuerte olor a sangre flotaba
pesado sobre ellos. Ambos permanecían en silencio, entregados a su trabajo,
mientras el frío intenso los envolvía y la llovizna los empapaba. El amanecer
bañaba la cubierta del barco, compitiendo con los potentes focos que hasta ese
momento habían iluminado la escena. Cuando las pilas se llenaban de peces
agonizantes, había que llevarlas a la bodega y hacer el traslado a los cajones
de almacenaje. Y vuelta a empezar. Durante horas.
El Ebba tenía licencia para pescar hasta
las ocho de la tarde, pero un par de horas después del mediodía, satisfechos y
con las bodegas llenas, decidieron volver a puerto. Mientras Gunnar maniobraba
el barco, Till se entretenía en echarles a las gaviotas los restos de pescado
que habían quedado en cubierta. Las observó pelearse por los trozos que les
arrojaba. Una cierta nostalgia le invadió. A pesar de la dureza del trabajo,
iba a echar de menos esa vida, esa libertad que sentía cuando estaba en el
barco… Pero skrei significaba nómada.
Y así como el bacalao, que ahora llevaban en su bodega, había recorrido más de
mil kilómetros para llegar hasta allí, él también tenía que marcharse y seguir
adelante. Lo necesitaba.
Los cambios
siempre eran buenos.
La cuadrilla de
la planta procesadora los estaba esperando en el puerto para descargar la
mercancía. Intercambiaron unas bromas y después, mientras Gunnar trataba con
ellos, él se acercó a la furgoneta a buscar su móvil. Amaya había quedado en
llamarle para contarle cómo iban las negociaciones del traspaso con los dueños
del local.
Tenía una llamada
perdida, pero no era de Amaya, era de su hermano. Le había intentado localizar
hacía solo una media hora.
Apoyó la cadera
contra la puerta del vehículo y jugueteó indeciso con el aparato. Hacía dos
meses que no hablaba con Cas, y la última conversación había transcurrido como
siempre, se habían limitado a hablar de temas superficiales y banales. Había
sido incómoda y demasiado larga, al menos para él.
Su hermano seguía
intentando poner de su parte y se esforzaba por mantener viva una relación que
realmente… estaba muerta.
Había muerto
hacía siete años.
Cerró los ojos
con fuerza y tragó saliva. ¿Qué podía querer ahora?
Le devolvió la
llamada. Era la única forma de salir de dudas, ¿no?
—Hola, Till. —La
voz al otro lado del teléfono era jovial, como siempre.
—Hola, Cas
—respondió de manera bastante más moderada—. Tengo una llamada perdida tuya.
—Sí. No tenía muy
claro tu horario de faena, pero pensé que me llamarías cuando la vieras. ¿Cómo
andas?
La conversación
era absurda y Till apretó los labios, impaciente.
—Pues te puedes
suponer. Bien —repuso, tajante.
Hubo un embarazoso
silencio al otro lado de la línea, como si su hermano no supiese muy bien cómo
abordar lo que tenía que decirle.
—Me caso —soltó
al final.
—Enhorabuena.
—Queremos que
vengas a la boda.
«¡No!», pensó.
—Es en tres
semanas. Contamos contigo.
—Estoy bastante
ocupado… —Se llevó una mano a la frente.
—La temporada de
pesca acaba en unos días —le interrumpió Cas con dureza—. ¿Qué otros planes
tienes?
Vaciló. Trató de
encontrar alguna excusa que sonase verosímil. Pero no había ninguna. Lo de
México se iba a posponer hasta después del verano, así que estaba disponible y,
probablemente, su hermano lo sabía. Era exasperante, parecía estar siempre al
tanto de todo.
—Llevamos siete
años sin vernos. —El tono de voz de Cas se convirtió en algo parecido a un
susurro cargado de amargura—. Ni siquiera conoces a tu sobrina. Mejor dicho, a tus sobrinas.
Till agarró el
teléfono con fuerza. Ese ahogo que le provocaban los sentimientos de
culpabilidad cada vez que pensaba en su familia volvía a oprimirle la garganta
y a hacer que le sudasen las manos.
Esa vergüenza…
—¿Sigues
recriminándote por lo que pasó?
La pregunta le
cayó como un cubo de agua helada sobre la cabeza.
—Envíame un email
con la fecha exacta. Estaré allí —masculló entre dientes. Necesitaba colgar.
—Till…
—¡He dicho que
estaré allí! —casi gritó.
Y después cortó
la llamada con violencia. Arrojó el móvil sobre el asiento del conductor y
apoyó las manos en el techo de la furgoneta. La temperatura del helado metal le
traspasó hasta los huesos, pero no se molestó en sacar los guantes de los
bolsillos. Los copos de nieve caían con suavidad, derritiéndose cuando tocaban
el suelo y convirtiéndose en agua sucia al contacto con la tierra y el asfalto.
Dejó pasear la
mirada por el puerto. Al otro lado de la planta procesadora, al fondo, los
secaderos de bacalao adornaban el agreste paisaje del pueblo. Miles y miles de
piezas descabezadas colgaban a la intemperie, expuestas a los elementos.
Grotesca estampa…
Llevaba muchos
años huyendo. Cuatro de ellos los había pasado enterrando la cabeza entre
libros, fingiendo ser alguien que no era, y los otros tres, buscándose a sí
mismo y tratando de olvidar el pasado y la culpa.
La vida acababa
de retornarle al punto de partida.
Al parecer, del
pasado no se podía huir. Este siempre te encontraba.
8. Esta
novela pone el punto y final a esta serie tan especial que empezó con La historia de Cas y continuó con La lucha de Jan, ¿qué ha supuesto para
ti escribirla?
Tengo
sentimientos encontrados. Estoy dividida entre la nostalgia porque sé que la
serie de los Landvik se acabó, y la satisfacción, porque he llevado a término
lo que deseaba conseguir. Cuando llevas tanto tiempo dentro de una familia les
coges cariño, te interesan sus vidas, sus historia, qué habrá sido de ellos en
el futuro… Sabes que cuando pongas punto final a la última novela los echarás
de menos. Es natural. Terminan por ser parte de tu familia y de ti. Yo nunca
planeé escribir una serie de tres libros. Solo iba a escribir La historia de
Cas, pero sus hermanos me llamaban y no me quedó más remedio que contar qué
había sucedido con ellos. He cumplido.
Ahora
quiero centrarme en otros proyectos, vivir otras aventuras. Me gusta la novela
contemporánea, pero también me apasiona investigar sobre otras épocas y ya
tengo el gusanillo dentro de escribir algo diferente.
Eso
sí, y ahora viene la frasecita cursi: Escriba lo que escriba, los Landvik
siempre estarán en mi corazón ♥
¿Qué
os ha parecido? ¿Os ha gustado? Pronto, a la venta. ¡No os la perdáis! Nosotras
ya estamos tachando los días del calendario… ¡Mil gracias, Laura! ¡Besos!
Me encanta la entrevista, la autora y obviamente espero con ansias el libro :)
ResponderEliminar¡Gracias!
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