7 feb 2018

Descubriendo más de... La culpa de Till (Laura Sanz)

            ¡Hola soñadores!

           Dentro de unos días, concretamente el 10 de febrero, sale a la venta “La culpa de Till” en Amazon. Su autora, Laura Sanz, ha querido contarnos cómo ha vivido el proceso de escritura y qué ha supuesto para ella poner el punto y final a esta maravillosa serie de los hermanos Landvik. Además, nos ha brindado el primer capítulo en exclusiva de esta historia tan deseada. ¿A qué esperáis para adentraros en el mundo de Till?



1.      Tras haber esbozado un atisbo de los problemas y la personalidad de Till en las dos entregas anteriores de la serie de los hermanos Landvik, ¿qué nos vamos a encontrar en esta nueva novela, Laura?

Nos vamos a encontrar a un Till más maduro. Han pasado siete años desde la primera novela y su vida ha cambiado mucho. Él ha cambiado mucho. Durante los años que ha permanecido apartado de su familia ha vivido muchas cosas y podría decirse que ha aprendido también muchas otras. Pocos vestigios quedan del Till de veintitrés años que vimos en La historia de Cas.

2.      ¿Till admitirá su culpa e intentará redimirse?

Eso es hacer spoiler, ¿no? Lo cierto es que sí. He intentado no forzar las situaciones y que todo fuera natural, espontáneo y creíble. Ya en los primeros capítulos se va a ver cómo es su comportamiento y lo que siente. Y cómo reacciona su familia.

3.      Define a los protagonistas de la novela con tan solo tres palabras.

Absolutamente imposible (bueno, eso son dos, jajaja). No puedo hablar de la protagonista de ningún modo. Me encanta mantener el misterio de las chicas de mis libros hasta el final y no desvelar ni el nombre, así que no puedo decir nada de ella. Mis labios están sellados. Pero sí que puedo hablar sobre Till. Él es genial, de veras. Es un Landvik y todos ellos son auténticos y maravillosos, así que por genética a Till no le quedaba más remedio que ser fantástico también ;) Creo que tiene el perdón asegurado de todos los lectores.

4.      ¿Cómo evolucionará su relación?

La relación entre ambos comienza de forma más bien casual, como algo físico, nada más. Pronto se convierte en algo más profundo y es entonces cuando surgen las complicaciones. Y es aquí, ante los grandes problemas, cuando los “héroes” de verdad demuestran que lo son. Vamos a descubrir a un Till que no nos esperamos, más comprometido, más dispuesto a jugársela por todo y que se va a crecer ante las dificultades. Y va a darle una lección a la protagonista, que en todo momento ha aparentado ser la “estupenda” (no puedo seguir contando nada más porque desvelaría demasiado).

5.      Suponemos que volveremos a saber más de Cas y Jan, ¿no? ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde el final de La lucha de Jan?

Volvemos a verlos a ambos. Por supuesto. Desde el final de La lucha de Jan han transcurrido unos seis años. Aunque si se tiene en cuenta el epílogo de Jan, solo cuatro y medio. No han cambiado en absoluto, ninguno de los dos. Cas sigue siendo el mismo tipo jovial que se “come la cámara” cuando aparece en escena, y Jan, sobrio, contenido y emocionalmente fuerte y sólido como una roca.

6.      ¿Tus lectores tienen altas expectativas con respecto a esta historia? ¿Crees que las has cumplido?

Espero que sí, pero eso nunca se sabe. Solo sé que he puesto alma, corazón y vida en ella. Al principio no me resultó fácil porque Till era un personaje complicado. Se portó muy mal con su familia y los lectores no le tenían en gran estima (yo tampoco). Conseguir que volviera a caer bien ha sido un trabajo arduo, pero he de reconocer que a mí me ha ganado. Tengo un hashtag por ahí que es muy significativo y que lo dice todo: #haciéndolesombraaCas.

7.      ¿Nos puedes deleitar con algún fragmento inédito de La culpa de Till?

Voy a hacer algo mejor todavía. Os voy a deleitar con el primer capítulo entero.

Capítulo 1

Todavía era de noche cuando llegaron al puerto de Grunnfarnes. El trayecto hasta allí desde Finnsnes, el pueblecito pesquero donde vivían, les había llevado hora y media por una carretera helada y llena de curvas. No amanecería hasta pasadas un par de horas. Estaba nevando y la temperatura había descendido hasta los diez grados bajo cero, pero un viento gélido arreciaba con fuerza, por lo que la sensación térmica sería de unos menos diecisiete. Dejaron la furgoneta aparcada a solo unos metros de donde el Ebba se hallaba amarrado al muelle, y se dispusieron a comenzar su día de faena.
Como todas las madrugadas, Till baldeó la cubierta y su tío Gunnar organizó los cajones de almacenaje en la bodega. Una vez listos, soltaron amarras y pusieron rumbo al norte. Gunnar tomó asiento en la pequeña cabina de la embarcación sin perder de vista el GPS, y Till bajó al saloncito de proa a preparar café en el hornillo. Se agradecía tener algo caliente en el estómago. Al cabo de unos minutos, ambos tomaban el brebaje negro y fuerte sin azúcar, en silencio, mientras el barquito se bamboleaba a causa del desapacible oleaje. Su destino, un banco de skrei, estaba a unas ocho millas náuticas de distancia. Tardarían algo más de una hora en llegar hasta allí.
Till se llevó la humeante taza de café a los labios y miró a su tío de reojo. Era el hermano pequeño de su madre, aun así y debido a como se ganaba la vida, aparentaba muchos más años de los sesenta que tenía. Su rostro estaba agrietado y curtido por las inclemencias del tiempo y sus ojos azules habían perdido ya el brillo de la juventud. A pesar de todo eso, se notaba que amaba su trabajo. Durante unos años había tenido una tienda de ultramarinos, pero la cerró para volver al mar, a su casa, como siempre decía. Se encontraba más a gusto en un zozobrante barco que en tierra firme.
Sus manos manejaban el timón con firmeza, y Till las contempló con detenimiento durante unos segundos. Eran fuertes y estaban llenas de callos y de antiguos cortes. Bajó la mirada y estudió las suyas, que también estaban encallecidas; la derecha mostraba una larga y profunda cicatriz en el dorso, recuerdo de su primer intento de manejar el afilado machete, cosa que ahora hacía con gran pericia.
Llevaba ya tres temporadas trabajando en la pesca del bacalao skrei y había decidido que esa iba a ser la última. Estaban a finales de abril y la temporada estaba a punto de finalizar. Una semana más y el Ebba no volvería a salir hasta septiembre, cuando llegase la época del fletán. Pero entonces él ya no estaría allí. Después de tantos años ausente, había decidido volver a la civilización. A largo plazo, la dura vida de los pescadores del norte de Noruega no era para él. Esa etapa había acabado. Su tío ya lo sabía. Lo habían discutido hacía semanas, y en breve, Elías, un chaval del pueblo, ocuparía su lugar. No había resultado fácil encontrar a alguien que quisiese hacerlo; la gente joven ya no quería dedicarse a la pesca del skrei.
Cuando Till se presentó en casa de su tío Gunnar, hacía ya tres inviernos, este le había recibido como si se tratase del hijo pródigo. Su socio, Trond, acababa de jubilarse, y andaba buscando a alguien que le ayudase en su barco. Así que aprovechó que su sobrino venía huyendo del mundo y, sin hacer demasiadas preguntas, le convirtió en su ayudante.
Esa primera temporada Till descubrió lo que era trabajar duro de verdad. Se levantaban a las tres y media de la mañana y comenzaban a faenar a las cinco, en plena noche. Pasaban la mañana pescando bacalao con redes, luego lo degollaban y almacenaban en las bodegas hasta que a mediodía regresaban al puerto y lo entregaban en la planta procesadora. Un día sí y otro también, durante cuatro meses, hasta que acababa la temporada. El resto del año se dedicaban a la pesca del abadejo y del fletán, pero lo verdaderamente duro tenía lugar entre enero y abril.
Después de haber dejado la carrera, se había sentido perdido y liberado al mismo tiempo. Había llegado a Noruega sin saber muy bien qué hacer con su vida, pero siendo consciente de que tenía que alejarse de todo. Esos años trabajando junto a su tío habían sido lo que había necesitado. Se había encontrado a sí mismo o al menos encontró algo de paz.
—¿Dónde vas a ir? —La ronca voz de su tío le sacó de sus cavilaciones. Era parco en palabras y no solía hablar mucho, pero cuando lo hacía iba directo al grano.
—He contactado con una amiga que tiene un proyecto de negocio —repuso.
Gunnar no dijo nada. Sin apartar la mirada del mar, esperó pacientemente a que Till siguiese hablando.
—Quiere montar una escuela de surf en Baja y ha pensado en mí como instructor.
—¿Baja? —gruñó el otro.
—En México, en Baja California.
Por espacio de unos minutos ninguno dijo nada. El silencio solo se veía interrumpido por el ruido del motor de gasoil y el golpeteo de las olas contra el casco de hierro del barco. El viento parecía haber amainado.
—México… allí hará calor… —comentó Gunnar.
Till no contestó. Tampoco creía que su tío esperase una respuesta. Cogió ambas tazas, ya vacías, y se dirigió al pequeño fregadero a enjuagarlas. Después las guardó en la alacena debajo de la pila. Regresó y se situó al lado del timón. La claridad del amanecer comenzaba a mostrarse a su derecha. En poco tiempo sería de día.
—Esa chica…, ¿la conoces bien?
Por un momento Till no supo a qué chica se refería, pero rápidamente cayó en la cuenta.
—Ni bien ni mal. Fuimos juntos al instituto y luego hemos mantenido el contacto a través de las redes sociales.
Gunnar resopló.
Till trató de ocultar una sonrisa. Su tío despreciaba todo lo que tuviese que ver con ordenadores.
Se reclinó contra la consola y con la mirada perdida en el todavía oscuro horizonte, pensó en Amaya y en que hacía más de siete años que no la veía. Habían sido buenos amigos entonces. Ella tenía familia en Alemania y eso los había acercado. Pero las cosas se habían enfriado cuando él comenzó a relacionarse con quién no debía. Aun así, como le había dicho a su tío, desde que se había marchado de España, hablaban regularmente a través de Facebook y Twitter. No había semana que no lo hicieran. Y lo de asociarse había surgido de manera casual. Ella le había mencionado sus planes de hacerse cargo de una pequeña escuela de surf en Baja, propiedad de unos amigos que deseaban retirarse. Cuando Till, bromeando, le había dicho que podía contar con él en cualquier momento, que —a pesar de estar algo desentrenado— su título de monitor de surf seguía vigente, le había tomado la palabra.
Sonrió para sus adentros. Al principio no lo había considerado en serio, pero a medida que iban hablando más sobre el tema, había comenzado a ilusionarse. ¿Por qué no?, se preguntó. Tenía dinero ahorrado. La pesca del skrei reportaba unos buenos ingresos y hasta el momento no había encontrado en qué gastarlos. Así que habían llegado al acuerdo de ir a partes iguales en el negocio.
En un par de meses cambiaría las gélidas aguas del mar de Noruega por otras más cálidas del océano Pacífico.
Estaba impaciente.
Gunnar le hizo un gesto silencioso. Habían llegado a su destino. Till fue a buscar los trajes de aguas y su tío puso el motor en punto muerto y dejó la nave al pairo, cosa nada fácil debido a las corrientes de la zona. Se enfundaron los trajes y soltaron las redes en el primer lance de la jornada.
El arduo proceso de todas las mañanas comenzaba.
El ruido del renqueante motor del molinete mientras subía la red y los bacalaos enganchados en ella de uno en uno se imponía sobre el de las olas que rompían contra el casco. Algunos medían más de un metro y llegaban a pesar más de quince kilos. Till y Gunnar los liberaban de las redes, los degollaban con precisión y rapidez y los arrojaban a la pila llena de agua salada. Al cabo de un rato, el agua se había teñido de un color rojo oscuro y el fuerte olor a sangre flotaba pesado sobre ellos. Ambos permanecían en silencio, entregados a su trabajo, mientras el frío intenso los envolvía y la llovizna los empapaba. El amanecer bañaba la cubierta del barco, compitiendo con los potentes focos que hasta ese momento habían iluminado la escena. Cuando las pilas se llenaban de peces agonizantes, había que llevarlas a la bodega y hacer el traslado a los cajones de almacenaje. Y vuelta a empezar. Durante horas.
El Ebba tenía licencia para pescar hasta las ocho de la tarde, pero un par de horas después del mediodía, satisfechos y con las bodegas llenas, decidieron volver a puerto. Mientras Gunnar maniobraba el barco, Till se entretenía en echarles a las gaviotas los restos de pescado que habían quedado en cubierta. Las observó pelearse por los trozos que les arrojaba. Una cierta nostalgia le invadió. A pesar de la dureza del trabajo, iba a echar de menos esa vida, esa libertad que sentía cuando estaba en el barco… Pero skrei significaba nómada. Y así como el bacalao, que ahora llevaban en su bodega, había recorrido más de mil kilómetros para llegar hasta allí, él también tenía que marcharse y seguir adelante. Lo necesitaba.
Los cambios siempre eran buenos.
La cuadrilla de la planta procesadora los estaba esperando en el puerto para descargar la mercancía. Intercambiaron unas bromas y después, mientras Gunnar trataba con ellos, él se acercó a la furgoneta a buscar su móvil. Amaya había quedado en llamarle para contarle cómo iban las negociaciones del traspaso con los dueños del local.
Tenía una llamada perdida, pero no era de Amaya, era de su hermano. Le había intentado localizar hacía solo una media hora.
Apoyó la cadera contra la puerta del vehículo y jugueteó indeciso con el aparato. Hacía dos meses que no hablaba con Cas, y la última conversación había transcurrido como siempre, se habían limitado a hablar de temas superficiales y banales. Había sido incómoda y demasiado larga, al menos para él.
Su hermano seguía intentando poner de su parte y se esforzaba por mantener viva una relación que realmente… estaba muerta.
Había muerto hacía siete años.
Cerró los ojos con fuerza y tragó saliva. ¿Qué podía querer ahora?
Le devolvió la llamada. Era la única forma de salir de dudas, ¿no?
—Hola, Till. —La voz al otro lado del teléfono era jovial, como siempre.
—Hola, Cas —respondió de manera bastante más moderada—. Tengo una llamada perdida tuya.
—Sí. No tenía muy claro tu horario de faena, pero pensé que me llamarías cuando la vieras. ¿Cómo andas?
La conversación era absurda y Till apretó los labios, impaciente.
—Pues te puedes suponer. Bien —repuso, tajante.
Hubo un embarazoso silencio al otro lado de la línea, como si su hermano no supiese muy bien cómo abordar lo que tenía que decirle.
—Me caso —soltó al final.
—Enhorabuena.
—Queremos que vengas a la boda.
«¡No!», pensó.
—Es en tres semanas. Contamos contigo.
—Estoy bastante ocupado… —Se llevó una mano a la frente.
—La temporada de pesca acaba en unos días —le interrumpió Cas con dureza—. ¿Qué otros planes tienes?
Vaciló. Trató de encontrar alguna excusa que sonase verosímil. Pero no había ninguna. Lo de México se iba a posponer hasta después del verano, así que estaba disponible y, probablemente, su hermano lo sabía. Era exasperante, parecía estar siempre al tanto de todo.
—Llevamos siete años sin vernos. —El tono de voz de Cas se convirtió en algo parecido a un susurro cargado de amargura—. Ni siquiera conoces a tu sobrina. Mejor dicho, a tus sobrinas.
Till agarró el teléfono con fuerza. Ese ahogo que le provocaban los sentimientos de culpabilidad cada vez que pensaba en su familia volvía a oprimirle la garganta y a hacer que le sudasen las manos.
Esa vergüenza…
—¿Sigues recriminándote por lo que pasó?
La pregunta le cayó como un cubo de agua helada sobre la cabeza.
—Envíame un email con la fecha exacta. Estaré allí —masculló entre dientes. Necesitaba colgar.
—Till…
—¡He dicho que estaré allí! —casi gritó.
Y después cortó la llamada con violencia. Arrojó el móvil sobre el asiento del conductor y apoyó las manos en el techo de la furgoneta. La temperatura del helado metal le traspasó hasta los huesos, pero no se molestó en sacar los guantes de los bolsillos. Los copos de nieve caían con suavidad, derritiéndose cuando tocaban el suelo y convirtiéndose en agua sucia al contacto con la tierra y el asfalto.
Dejó pasear la mirada por el puerto. Al otro lado de la planta procesadora, al fondo, los secaderos de bacalao adornaban el agreste paisaje del pueblo. Miles y miles de piezas descabezadas colgaban a la intemperie, expuestas a los elementos.
Grotesca estampa…
Llevaba muchos años huyendo. Cuatro de ellos los había pasado enterrando la cabeza entre libros, fingiendo ser alguien que no era, y los otros tres, buscándose a sí mismo y tratando de olvidar el pasado y la culpa.
La vida acababa de retornarle al punto de partida.
Al parecer, del pasado no se podía huir. Este siempre te encontraba.

8.      Esta novela pone el punto y final a esta serie tan especial que empezó con La historia de Cas y continuó con La lucha de Jan, ¿qué ha supuesto para ti escribirla?

Tengo sentimientos encontrados. Estoy dividida entre la nostalgia porque sé que la serie de los Landvik se acabó, y la satisfacción, porque he llevado a término lo que deseaba conseguir. Cuando llevas tanto tiempo dentro de una familia les coges cariño, te interesan sus vidas, sus historia, qué habrá sido de ellos en el futuro… Sabes que cuando pongas punto final a la última novela los echarás de menos. Es natural. Terminan por ser parte de tu familia y de ti. Yo nunca planeé escribir una serie de tres libros. Solo iba a escribir La historia de Cas, pero sus hermanos me llamaban y no me quedó más remedio que contar qué había sucedido con ellos. He cumplido.

Ahora quiero centrarme en otros proyectos, vivir otras aventuras. Me gusta la novela contemporánea, pero también me apasiona investigar sobre otras épocas y ya tengo el gusanillo dentro de escribir algo diferente.

Eso sí, y ahora viene la frasecita cursi: Escriba lo que escriba, los Landvik siempre estarán en mi corazón ♥



¿Qué os ha parecido? ¿Os ha gustado? Pronto, a la venta. ¡No os la perdáis! Nosotras ya estamos tachando los días del calendario… ¡Mil gracias, Laura! ¡Besos!

2 comentarios:

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